La investidura Adams

La investidura Adams

Por Fernando Medina

Y colorín colorado, un nuevo Gobierno hemos creado. Muchos brindarán con el supuesto acabose del bloqueo, con el punto y final del episodio más vergonzoso de la Democracia. Pero quienes muestran su contento deberían reflexionar antes de lanzar las campanas al vuelo.

Lo que viene quizá no sea el gobierno Frankenstein, pero sí un gobierno digno de la familia Adams. Y su funcionalidad está más disminuida que un ocho y medio en el París Dakar. Rajoy sabe e incluso declara – como siempre para curarse en salud – que no tendrá apoyos para una legislatura productiva. Nadie confía en Rajoy, dentro o fuera de su partido: Las cuchilladas entre sorayistas y cospedalistas, o entre quienes se baten por guardar la silla o recolocarse se pueden escuchar a diez manzanas de Génova. De todos es sabido que aunque Ciudadanos apoye la investidura, sólo será eso, flor de un día, ya que nunca ha querido a Rajoy al frente de un nuevo ejecutivo. El Partido Socialista ya no digamos, por mucho que hayan decidido la famosa abstención técnica, táctica, en bloque, en segunda instancia, del pipí o como diablos quieran llamarla. Los independentistas sólo sonreirán si hay mercadeos, pero serán sonrisas traidoras. Y Podemos no da la imagen de querer a nadie que no sean ellos mismos y sus parientes, sea en las instituciones, en la calle o en las redes sociales.

La decisión del comité federal socialista de poner fin al bloqueo no ha sido más que una maniobra de supervivencia interna. En Ferraz todos saben que si España se viera abocada a unas nuevas elecciones sería la hecatombe del puño y la rosa. No habría tiempo para reaccionar, y prefieren recomponerse a costa de un año más de tortura a España prometiendo un infierno a Don Mariano. No parece una actitud honorable con sentido de Estado.

Así las cosas, nadie está contento con lo que viene. Ni la Unión Europea, que con la mosca detrás de la oreja, vendrá a reclamar el cumplimiento de lo siempre incumplido. Y esta coyuntura de crisis institucional sin precedentes motivará aún más inestabilidad, agitación, y crisis, más crisis. Ya ni se oye hablar de los sindicatos, y es que con los machos atados al cuello como los tenemos, solo faltaría que se declarara un conflicto social abierto.

Sólo queda la esperanza de ver si quien se ha mostrado pusilánime durante su mayoría absoluta será capaz de renovar un equipo que ha bailado con la soberbia durante los últimos casi cinco años, y afrontar con entereza, decisión y diplomacia los retos que esperan: Lo que sigue ahí, la deuda, el déficit y el paro; lo que se agota, las pensiones; lo que crece, el nacionalismo insumiso; y lo que resurge, el independentismo violento. En una era de debilidad de carácter político y de crisis de valores, la solución encontrada parece más un problema. Así que, lo dicho. Quien esté satisfecho con el desbloqueo que se lo haga mirar.

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