20 Jun Albert Rivera, desnudo no integral
Por Juan Antonio Doncel
Una diferencia principal, tal vez la principal y muy grande, entre el PP y Ciudadanos es la entidad del partido, gigantesca en el primer caso y completamente por explorar en el segundo. Porque el PP es un megapartido, la marca electoral de la derecha española, histórica y establecidísima, que, en resumen, sólo ha competido en su espectro, durante la democracia, con dos formaciones periféricas, el PNV y CiU. Sin embargo, Ciudadanos es una pegatina de color naranja (el de partidos como el PSD portugués, donde los nombres de los partidos están izquierdizados como consecuencia del antiguo PREC, proceso revolucionario en curso, que ya no está en curso, conste) que su líder va repartiendo por la nación española con carita de estudiante de Derecho con buen expediente que luego entra en un banco con el objeto de demostrar que lo vale pero luego también cae en las inmensas posibilidades de los tuertos en el país de los ciegos y ahí lo tienen, brillando incluso desnudo (no integral, vamos a ver), con paso firme y rápido, duchado y afeitadísimo, con corbatas finitas y trajes comerciales, labia espectacular, joven aunque sobradamente preparado y sobre todo sobradamente dispuesto… debatiente y debatiendo todo el rato con la convicción de su inmensa autoestima por delante.
Así que, como yo lo veo, el punto de partida de los dos partidos nuevos es inverso: si Podemos es, efectivamente, una confluencia de personas con notable inquietud social que quieren convertir su indignación en producción política y que han hallado una marca que se impone al liderazgo, en mi opinión transitorio, en el caso de Ciudadanos es justo al revés, un prodigio típico de la sociedad de comunicación pública en la que vivimos que ha sabido aglutinar la insatisfacción de los hijos del establishment con el establishment mismo con un mensaje político que en mi opinión es muy corto: ser como hay que ser, limpiar lo que hay y no cambiar lo que hay. La nueva UCD, podríamos decir. Lo que el PP siempre ha querido pero no ha conseguido desde el punto de vista del fondo. España limpia de corrupción, pero entera y formal. Iniesta y no Piqué. Casillas (sin caspa gracias al champú) y no Florentino. Y para ello una figura esencial, un Suárez encima catalán capaz de discutir serenamente con todo el mundo y tomarse las cañas con los altramuces si es necesario.
Me parece que la comparación es adecuada porque, si Churchill perdió las elecciones tras la II Guerra Mundial y Suárez, con su inmenso caudal personal, aseguró la presencia del PSOE en el gobierno pero ya está, es porque el electorado no izquierdoso, en España, no sólo es, como resulta obvio, muy numeroso, sino también y como consecuencia de eso, ciertamente más variado de lo que ha parecido durante todos los años democráticos anteriores a la crisis. Es decir basta ya de que la demoscopia prosocialista nos aturda con consideraciones sobre la fragmentación del voto de izquierdas respecto al de derechas, en una letanía lastimera que no convence, tozudez de la realidad, ni a ellos mismos.
En tal tesitura, lo que propone Albert Rivera es básicamente Albert Rivera. Pero no se accede al poder ni por oposiciones ni por expediente ni por concursos de belleza. El gobierno no es la madre de tu novia a la que deslumbras en la cena de Nochebuena llevándole un bouquet de rosas blancas o marron glacé para el postre. El gobierno, en España, es fruto de un proceso representativo, es un quilt, un edredón de retales. Entonces atendido lo ocurrido a mí lo que me parece es que Albert Rivera ha sabido optimizar su resultado (fruto de su lamentable campaña electoral, miles de votos perdidos cada día que abría la boca), que era muy endeble en términos proporcionales, gracias a la mindundez de Pedro Sánchez y Mariano Rajoy en sus respectivos partidos, mucho más fuertes que sus líderes y que C’s, desde luego. Pero mientras Ciudadanos no sea un partido y sí una agencia de venta piramidal, el que más ganará será el que está en la cima y ya está.
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