El Panamazo

El Panamazo

Por Agustín L. de la Cruz

Cada cierto tiempo, surge un escándalo relacionado con famosos (empresarios, políticos, futbolistas) y fraude fiscal. Hace unos meses fue el turno de la lista Falciani, ahora tocan los papeles de Panamá. Mientras existan tantas facilidades para evadir impuestos, de un escándalo pasaremos al siguiente, sin mayor novedad.
Digámoslo claro: defraudar es muy fácil, sobre todo para los ricos, que cuentan con medios de sobra para recurrir a toda clase de artimañas legales y financieras. No hace falta irse a Panamá ni a las islas Caimán: en Europa tenemos paraísos fiscales de sobra (Andorra, Mónaco, Liechtenstein) y un presidente de la Comisión Europea que convirtió el país que gobernaba (Luxemburgo) en un paraíso fiscal de facto. No nos engañemos, ni siquiera hace falta salir de España: si usted es un gran defraudador, ya se encarga su querido Gobierno de que pueda acogerse a una amable amnistía fiscal.
Pero pongamos un par de sencillos ejemplos: de la misma forma que se defrauda porque es muy fácil defraudar, se ejerce la piratería cultural porque es tremendamente fácil acceder a las descargas ilegales. Todos sabemos que, si fuera igual de fácil dejar de pagar las multas de tráfico o salir de un bar sin pagar las cervezas que acabas de consumir, apenas nadie pagaría ni unas ni otras. Ni siquiera las personas con cierto grado de compromiso social: ahí tenemos a los hermanos Almodóvar en los papeles de Panamá, a pesar de que Pedro suele poner la cara para que se la partan en defensa de los derechos civiles. La cara sí, pero no la billetera.
Como tantas otras cosas que nos afectan, estamos ante un problema sistémico: el neoliberalismo alienta la evasión fiscal, como también alienta la corrupción, la especulación financiera, el desmantelamiento del estado del bienestar, la merma de derechos laborales, etc. Por supuesto que cualquier persona, rica y famosa o pobre y anónima, puede resistirse a las facilidades que proporciona el sistema y no defraudar ni especular, ni dejarse corromper ni imponer o aceptar salarios basura. Otro ejemplo un tanto extremo y decimonónico pero igualmente válido: ¿habrían accedido los terratenientes del sur de EEUU a dejar de enriquecerse gracias a la mano de obra esclava si no hubiera mediado una guerra civil que se lo impidiera? En aquel caso, ni siquiera las medidas legales fueron suficientes: hubo que imponerlas a través de las armas.
Casi nadie va a renunciar a sus privilegios en pro del bien común si no se ve obligado a ello, tampoco los más progresistas ni los más patriotas. Hay que cambiar el sistema, endurecer las leyes, acabar paulatinamente con los paraísos fiscales (que también sirven para que los grupos terroristas se financien, no debemos olvidarlo), eliminar esa doble fiscalidad que persigue a los pobres y deja en paz a los ricos (ya lo dijo el presidente del Consejo General del Poder Judicial, (la ley está pensada para perseguir al robagallinas y no al gran defraudador)  y hacer pedagogía de la importancia de contribuir entre todos a la Hacienda común. Ardua tarea, cuando en el Reino de España el partido más votado se financia ilegalmente y la Infanta se sienta en el banquillo de los acusados. Por delito fiscal.

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