11 May Una imagen no vale más que mil horrores
Descripción de una fotografía: World Press Photo 2018
Una figura masculina envuelta en llamas. La posición de su cuerpo indica que está corriendo, aunque el encuadre de la imagen sólo alcanza hasta su torso. Viste una camiseta blanca de manga corta, tiznada de gris a causa de la suciedad o del humo que desprende la conflagración que se extiende por su espalda. Su rostro está completamente cubierto por una máscara de gas de color negro, así que no podemos apreciar la expresión que lo embarga. Al fondo, una pared de ladrillo, y un poco más lejos, casi indistinguible a causa de la humareda que se interpone, lo que parece ser una estructura de rejas.
Esta es una descripción escueta pero ceñida a su contenido visual de la fotografía ganadora de la última edición, la del 2018, del más grande y prestigioso concurso mundial de fotografía de prensa, que cada año promueve la organización holandesa World Press Photo. Su autor es el venezolano Ronaldo Schmidt.
Durante la ceremonia de entrega de premios, cada una de las imágenes seleccionadas y premiadas es proyectada con pompa y boato en una gran pantalla situada sobre el escenario. Dicha fotografía tan sólo viene acompañada de una breve leyenda textual con su título, autor, país de nacionalidad y agencia a la que pertenece. En algunas fotografías del evento, disponibles en internet, puede verse a Ronaldo Schmidt sosteniendo su galardón en alto, visiblemente orgulloso del triunfo conseguido.
El horror como espectáculo
Despierta poderosamente la atención que un evento de este tipo, que tiene como algunos de sus objetivos principales visibilizar los conflictos y las injusticias que día tras días asolan muchos de los rincones de nuestro planeta, revista su ceremonia de un halo de espectacularidad que parece contradecir, al menos por respeto a las víctimas, dichos objetivos. Algo que desluce su cometido y que, sin duda alguna, lo pone en entredicho.
También observamos en varias de las fotografías premiadas en las últimas ediciones, un tratamiento técnico y visual que confiere una evidente belleza a la imagen representada primando el aspecto formal sobre el contenido argumental y narrativo. Y aunque los propios orígenes del género, vinculados a la fotografía artística, parecen apoyar este proceder, me pregunto hasta qué punto es del todo ético.
No es mi intención, en absoluto, censurar la práctica de esta disciplina, pero sí, cuestionar algunas de las valoraciones y actuaciones de un certamen que, en cada una de sus elecciones, incurre en una responsabilidad moral y cívica a la hora de publicar y difundir una serie de hechos que suelen tener un notable impacto en la vida pública.
Periodismo vs sensacionalismo
Sin duda, nadie dudará al verlas, de la calidad estética de estas imágenes, cuyo impacto visual puede llegar a ser tan grande que la voluntad del espectador quede anulada por completo y suspendida su capacidad de razón y juicio.
Si como dice Thomas Borberg, uno de los tres miembros pertenecientes al jurado de la última edición, “no se trata de que las historias sean negativas o positivas, sino de las sensación que te producen en el estómago”, se corre el riesgo de incurrir en un sensacionalismo que relegue la razón a un segundo plano, cuando no la descarte por completo, en pos de la emoción y en detrimento de la información, perdiendo de vista la objetividad con la que toda noticia debe ser abordada, pues no olvidemos que el periodista fotográfico es un reportero y su labor queda remitida a los parámetros predispuestos por el periodismo.
No hay belleza en la barbarie
Que la belleza sea un elemento representativo del dolor y el sufrimiento, que los criterios estéticos prevalezcan sobre los informativos, puede llegar a provocar su asimilación por parte de la sociedad desde un punto de vista menos crítico y sí más contemplativo, incurriendo además en la falsa premisa de que el horror puede procurar algún tipo de deleite. Esto lleva inevitablemente a plantearnos la cuestión fundamental y necesaria de en qué modo el horror y la barbarie deben ser retratados.
En cuanto a las características valoradas por el jurado de este certamen para la selección de las obras presentadas, Magdalena Herrera, otro de los miembros del jurado, destaca “la sorpresa, la emoción, la composición y también la captura” entre algunas de ellas. Consideran otro de sus valores la originalidad y para Thomas Borberg es necesario que el espectador “sienta algo”. ¿Es cometido del periodismo hacernos simplemente sentir, emocionarnos o sorprendernos? Cuando se busca la originalidad y el impacto visual de un suceso ¿no se están invisibilizando otros sucesos visualmente menos atractivos, pero tal vez más importantes a nivel informativo? ¿No incita al fotoperiodista, en algún modo, a buscar la imagen más impactante, atractiva, conmovedora, cruel o violenta y a acudir a los lugares de conflicto pensando más en realizar su labor como si de una competición se tratara, olvidando que su principal deber es el de informar, y en su caso concreto, mostrar con honradez lo acontecido?
El dolor y el sufrimiento no son una mercancía
Entiendo que encontrar el equilibrio entre el carácter estético e informativo de una imagen, en ocasiones puede resultar difícil, pero en un mundo, como es el actual, movido por imperativos capitalistas dispuestos a comercializar con el dolor de las víctimas, es importante tener presente que este tipo de eventos corren el riesgo de convertirse en vehículos que lo instrumentalicen, con la finalidad de alimentar nuestro morbo, asimilándolo y convirtiéndolo en un elemento más de su industria del entretenimiento.
Cuando una imagen vale más que el dolor de las víctimas a las que representa, lo que se está premiando es la impunidad de todos aquellos que ejercen la violencia. Se hace escaparate para el horror y legitimación de la barbarie.
Por Fidel Martínez
(Sevilla, 1979) Ilustrador y autor de historietas
Licenciado en Bellas Artes, autor de los libros Sarajevo Pain (Norma editorial, 2020), Fuga de la muerte (De Ponent, 2016) y coautor ,junto a Jorge García, de Cuerda de presas (Astiberri, 2005)
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