17 Sep Pánico a las urnas
Por Javier Figueiredo
Una adolescente me preguntó hace unos días, paseando por una capital catalana, si le podía explicar “todo esto”. Me entraron ganas de remontarme a la formación de los reinos cristianos peninsulares, a la falsa unidad de las Españas de los Reyes Católicos, a la revuelta de 1640, a la guerra de Sucesión, a los Decretos de Nueva Planta, a la Renaixença, al Estat Català, al fusilamiento de Companys, o a las palizas que daban los maestros nacionales a los niños del Pirineo para que hablaran en cristiano, porque solo sabían la lengua que sus madres les habían enseñado en sus aldeas.
Los pedagogos aconsejan que no nos extendamos más de lo necesario, pero también es cierto que no podemos obviar elementos claves para saber por qué estamos en un estado prebélico por un quítame allá esas urnas. Mantengo la teoría de que en el periodo constituyente no se disfrutaba de libertades plenas para abordar determinados asuntos. Buena prueba de la existencia de una democracia tutelada es la marca dejada, como perro que mea en las esquinas para marcar el territorio, en el artículo octavo*. Me corregirán los expertos en Derecho Constitucional pero creo que es la única competencia que la carta magna deja en manos de un cuerpo de trabajadores públicos por encima de la propia voluntad ciudadana. También sería interesante saber por qué razón la unidad e indivisibilidad tuvo un tratamiento de hiperprotección frente a otras necesidades vitales objetivamente superiores como el trabajo, la salud, la subsistencia alimentaria o la educación, pero habrá momentos más oportunos.
Sí quiero centrarme en el pánico a las urnas que padecemos como consecuencia de la sombra militar y el ruido de sables que acompañó a la redacción de la Constitución del 78, cuyas consecuencias hemos venido padeciendo en silencio. Hay países donde cada seis meses se someten a votación popular decisiones de cierto calado, como es el caso de Suiza, y en muchos estados norteamericanos cada convocatoria electoral de noviembre viene acompañada de consultas, a veces de lo más variopinta. Desde la aprobación de la Constitución, aquel 6 de diciembre de 1978, los españoles solo han tenido dos oportunidades de pronunciarse al mismo tiempo sobre cuestiones planteadas (La permanencia en la OTAN en 1986 y la Constitución Europea en 2005). Con solo dos consultas a la ciudadanía en 39 años, estaremos de acuerdo en que los españoles no están agobiados ni cansados por las permanentes preguntas de sus gobernantes.
Uno de los aspectos laterales que más debieran preocuparnos de los hechos que están ocurriendo en torno al intento de referéndum en Cataluña es que hemos dado como normal que al ciudadano no se le pregunte. Si se hubiera tenido la valentía de Cameron en Escocia hace tres años, o nos hubiéramos fijado en la normalidad con que Canadá llevó a cabo dos consultas en Québec, quizá estaríamos a punto de dar carpetazo a este asunto durante algún tiempo, pero somos presos del pánico a las urnas que tuvieron nuestros constituyentes, que miraban con más respeto a los capitanes de cada región militar que a una ciudadanía con capacidad y madurez para decidir sus destinos. Hoy no sabemos si el uno de octubre se desactivará antes de tiempo o acabará en un espectáculo de querellas, detenciones y estados de excepción. Me gustaría contar a esa adolescente que todo acabará civilizadamente como en los ejemplos de Escocia o Québec, pero me temo que hay mucha gente esperando sacar un mísero rédito electoral a esta escalada de enfrentamientos sin diálogo.
*Artículo 8 CE: 1. Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional.
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