29 Ene Golpes, Estados y Dictaduras (eficaces y de las otras)
La libertad es un derecho humano. Para que haya democracia hay que votar. Que haya votaciones no significa que haya un régimen y una sociedad democráticas. Tres afirmaciones sobre las que podríamos discutir y matizar, poner ejemplos históricos y actuales, enlazar un sinfín de comparativas diacrónicas y sincrónicas hasta el amanecer. Venezuela, que no ha dejado de estar en la boca de mucha gente y durante mucho tiempo, nos llega a las portadas y a los telediarios rodeada de autoproclamaciones, legitimidades, golpes, contragolpes, llamadas a la calma, intentos de mediación, reconocimientos varios y ultimátum in extremis para que hablen las urnas.
Venezuela deja mucho que desear en cuanto al respeto a los derechos humanos. Es una certeza avalada por organizaciones internacionales independientes y de prestigio, las mismas que llevan años y décadas denunciando lo mismo (o cosas peores) en Honduras, Colombia, Nicaragua, Haití, Arabia Saudí, China o Turquía. Si Venezuela es más relevante es por razones que a nadie se le escapan, porque los que piden elecciones allí (que las ha habido), nunca han piado sobre la situación en Arabia Saudí (donde no hay ni siquiera fraudulentas).
El “y tú más” no es excusa y ni Maduro ni quienes le siguen y aplauden en la distancia pueden pasar por alto una realidad denunciada y que, sin duda, puede tener su origen en intereses multinacionales y de la Administración Trump, pero en la que el gobierno de Maduro tiene su parte de culpa (y no es pequeña).
Legitimar un golpe de estado cuando interesa políticamente es abrir una puerta al abismo. Y ese precipicio supone tener que legitimar situaciones análogas en medio mundo. Si un gobierno se dedica a lanzar un ultimátum para que haya elecciones en ocho días, corre el peligro de que le pidan lo mismo para que permita un referéndum que resuelva una crisis política.
Que Casado y Rivera aplaudan a manos llenas un golpe de estado en Venezuela era de esperar y les define como lo que son. Además, no son los Derechos Humanos lo que les preocupa de Venezuela porque, de ser así, estarían pidiendo a los Borbones que se dejaran de florituras con los bin Abdulaziz. Lo que no se puede entender es que un gobierno como el de Sánchez, que está ahí gracias a que en junio de 2016 hubo una mayoría de izquierdas en aquellas elecciones, se ponga detrás de Trump a provocar un conflicto en América Latina cuyas consecuencias son inimaginables.
La actitud de Felipe González sobre este asunto es irreprochable: defiende los intereses de sus amigos, tanto de los ya fallecidos como de los que andan vivos en grandes mansiones y a los que tanto se favoreció. La de Alfonso Guerra podría parecer una salida de pata de banco, porque nadie esperaría que el Largo Caballero de finales del siglo XX fuera de los que diferenciara las dictaduras eficaces de las que no lo son. Al final va resultar que el guerrismo no era el ala obrerista y descamisada del «PsoE» sino la más nacionalista y más cariñosa con la eficacia y orden. Necesitamos un salvador, que venga de allende los mares o de donde sea, y reparta cordura, sensatez y ecuanimidad a la hora de afrontar graves problemas internacionales.
Por Javier Figueiredo
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