07 Abr Ciudadanos, el partido nigromante
Vaya por delante lo obvio: Ciudadanos supone para muchos electores de ideología conservadora un alivio, la posibilidad de seguir votando a la derecha sin sentirse culpables por hacerlo, en la medida en que la única opción hasta hace poco era un partido completamente atravesado de corrupción. El capital político que maneja Ciudadanos es tan relevante como delicado, ya que cualquier decepción al gestionar este voto crítico podría suponer la vuelta del votante al partido corrupto o, más probablemente, al hartazgo y a la abstención.
Esta cuestión se ve afectada por la tendencia de toda fuerza política a poner por delante del interés general sus propios intereses partidistas. Si el interés general, más allá de ideologías, debería ser desalojar del poder a esa “organización criminal” (la calificación no es mía, sino de la Unidad de Delitos Económicos y Financieros de la Policía Nacional) llamada Partido Popular, sólo mediante dicha tendencia cortoplacista se explica que M. Rajoy continúe ejerciendo como Presidente del Gobierno a pesar de los continuados escándalos de corrupción que le rodean. Sólo así, insisto, puede explicarse que tras dos elecciones generales haya sido imposible ningún acuerdo para regenerar la política española, con el enorme deterioro institucional que eso conlleva. PSOE y Podemos anteponen su estéril pelea por el liderazgo del frente socialdemócrata a la imprescindible alianza entre ellos para echar al amigo de Bárcenas, y Ciudadanos prefiere que todo siga igual antes que permitir una eventual alianza de gobierno progresista.
Ciudadanos, el camino sensato
Uno de los mantras habituales entre los dirigentes de Ciudadanos es su defensa a capa y espada de la estabilidad, un término que, cual brujos, utilizan a modo de palabra mágica capaz de conjurar todos los males. Que el autodenominado partido del cambio persiga la estabilidad como principal objetivo político es una contradicción flagrante. La estabilidad, puesta en práctica como apoyo para que sigan gobernando los de siempre, sólo puede conducir a que la corrupción continúe estable, y a profundizar en la ya trágica inestabilidad que provoca la erosión de unas instituciones que, desde la jefatura de Estado hasta el más pequeño de los ayuntamientos, no hacen más que perder credibilidad ante los españoles.
Ciudadanos y el Master de Cifuentes
Con el terremoto provocado por el caso Cifuentes volvemos a asistir, entre perplejos y acostumbrados, a este mismo fenómeno: como ya ocurriese con el Presidente de Murcia y como sigue ocurriendo con el propio M. Rajoy, Ciudadanos es capaz de colocarse en el filo de la navaja y, a riesgo de provocar una profunda decepción entre sus votantes, sostener un cadáver político que ya está a todos los efectos caído y enterrado. Como los nigromantes de la ficción, Ciudadanos se nutre de la energía de los muertos, a quienes tratan de drenar votantes mientras su cuerpo electoral se descompone. El problema es que, para cuando Albert Rivera quiera gobernar sobre su ejército de zombis, cual Rey de la Noche de Juego de Tronos, es muy posible que a su alrededor no quede más que putrefacción. En lugar de entregarse a la magia negra, la opción verdaderamente regeneradora y benéfica para los madrileños sería que Ciudadanos dejara prosperar la moción de censura que anuncia el PSOE de Gabilondo, lo cual nos conduce a otra paradoja: ¿no son las mentiras de M. Rajoy de igual o mayor gravedad que las mentiras de Cifuentes, y por lo tanto merecedoras de la correspondiente moción de censura liderada por el desaparecido Pedro Sánchez? Parece ser que no: de nuevo, el interés general queda sumergido bajo la espesa maraña de los intereses partidistas.
Escándalo tras escándalo, encuesta tras encuesta, los españoles aseguran sentirse profundamente decepcionados por la clase política (tanto la vieja como la nueva), y no tanto por la actividad política en sí: se manifiestan y votan, no hay más que recordar las recientes movilizaciones de feministas y pensionistas, pero su ansia de cambio siempre queda pospuesta por las maniobras de unos partidos políticos que reiteradamente se olvidan del interés general en beneficio del propio. La brecha entre representantes y representados es casi tan grande como lo era antes del 15M, y aquella frustración continuada dio lugar al despertar de los muertos. Veremos cuánto tarda esta vez en desatarse el Apocalipsis.
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