04 Dic Novecento, de Bertolucci, y la Andalucía post electoral
“Novecento”, obra filmada en 1976 por el director italiano Bernardo Bertolucci, fallecido el pasado 26 de noviembre, es la historia de la primera mitad del siglo XX contada a través de la vida de dos hombres que nacieron el mismo día. Olmo Dalcò, hijo de un campesino, y Alfredo Berlinghieri, hijo del señor de la hacienda en la que transcurre casi toda la acción, articulada ésta en la relación que se establece entre la clase dominante representada por los patrones, ricos terratenientes, y el campesinado, mano de obra que trabaja a su servicio en una situación de extrema precariedad. Un ejemplo ilustrativo de esa relación en nuestra filmografía podría ser “Los santos inocentes” (1984) de Mario Camus.
Amor y odio hasta el final
Aunque los acontecimientos del film transcurren en Italia, bien podrían extrapolarse a la Europa del momento. Ambos protagonistas viven tiempos convulsos, marcados por dos guerras mundiales, cada uno según el destino deparado para los miembros de su respectiva clase. Olmo como combatiente y carne de cañón durante la primera. Luego como partisano perseguido en la segunda. Alfredo, sin embargo, lo hace de una manera lúdica, placentera y un tanto disoluta, al principio, gozando de su acomodada y privilegiada posición. Y aunque, con la llegada de los tiempos sombríos, se mantuvo al margen de cualquier posicionamiento ideológico, no puso impedimentos a que le rodease el incipiente e imparable fascismo. Entre ellos se establecerá una relación de amor y odio que los mantendrá indisolublemente unidos, pero confrontados hasta el día de su muerte.
Una constatación de la lucha de clases
El film destaca por sus muchas virtudes cinematográficas, no cabe la menor duda. Principalmente por su crudeza visual, que denuncia la artificiosidad y el edulcoramiento del mundo moderno, que nos ha alejado de las desdichas elementales y de los placeres simples de la vida, y de un conocimiento atávico y primordial que nos une a la razón originaria de la existencia de las cosas.
Bertolucci muestra al campesinado como representante natural de esa noble herencia, y también como arquetipo ejemplar de la lucha marxista. Porque por encima de su consideración historicista “Novecento” es, sin lugar a dudas, un alegato al movimiento proletario y comunista, que utiliza para proyectar una visión un tanto pastoril y bucólica, y por tanto exagerada, de las promesas que traerá consigo la revolución. Aún así, resulta una visión sugerente y sumamente emotiva. Es tan sencilla y espontánea el alma de estas gentes, pese a las injusticias padecidas, que uno no puede evitar sentir una honda emoción cuando finalmente se ven libres de las ataduras que durante tanto tiempo los han esclavizado. Libres tras sufrir infinidad de penurias no sólo a manos de sus patrones, sino también de las de un fascismo despiadado que encontró acomodo entre la clases media y alta italianas de la época.
Se deja entrever que tras la derrota fascista al término de la II Guerra Mundial, esa lucha y sus pretensiones originales no llegaron en Italia mucho más lejos, y que esa felicidad y esa dicha fueron solamente momentáneas. También sabemos que, poco a poco, y no sólo allí, se ha ido difuminando hasta casi desaparecer en los tiempos actuales, a causa de una realidad social que ya no se identifica con ella. Y mientras la sociedad contemporánea se manifiesta para reclamar la necesaria y justa igualdad entre géneros, auspiciada por los movimientos feministas, parece haber olvidado o desistido mayoritariamente, en proseguir con su denuncia a esa otra desigualdad que a día de hoy aún permanece vigente, y que es la que está instaurando una distancia cada vez mayor entre ricos y pobres. Podemos disfrazarla con eufemismos como “brecha salarial” para designarla, pero a todos los efectos se trata de la sempiterna lucha de clases. Así que Bertolucci no erraba cuando defendía su film al calificarlo de plenamente concerniente, treinta años más tarde de los sucesos que en él acontecen. Es otra forma de decir que la lectura marxista de la realidad aún se conserva vigente.
Elecciones en Andalucía
La Italia rural representada por Bertolucci me recuerda a la Andalucía a la que pertenezco. Quizás por eso, incluso superada ya la primera quincena del siglo XXI, he visto reaparecer, tras los recientes resultados de las últimas elecciones andaluzas, el fantasma del fascismo, convocado por nostálgicos de una España de cuento de hadas e ignorantes temerosos que esperan exorcizar sus temores enarbolando la bandera de su patria, como se hacía en tiempos de superchería cuando las gentes timoratas pronunciaban conjuros para espantar a los malos espíritus o quemaban seres humanos acusándolos de practicar la brujería. Creen que actuando así encontrarán una solución factible y rápida a sus problemas, cuando en realidad es ese tiempo de superstición, tan sobrecogedoramente representado en los grabados más oscuros de Goya, lo que han resucitado.
Se ha demostrado que tanto la mediocridad y la inoperancia de gran parte de la actual clase política, como la desidia de los muchos ciudadanos que se han negado a ejercer sus derechos democráticos, ha destapado una España prefranquista y profranquista que aún permanecía latente. Un germen peligroso que ni cuarenta años de democracia ni las nuevas generaciones han sido capaces de erradicar.
El regreso de la sinrazón
Es lo que ha permitido que el miedo y el descontento dieran su voto a una ultraderecha que reclama la unidad de España voceando un discurso del enfrentamiento. Son los herederos de la sinrazón y la barbarie, de aquellos que en los años treinta del siglo pasado bajo la misma consigna, desmontaron en este país una república legitimada, amparándose en valores retrógrados y trasnochados.
Y por si alguno de nosotros lo ha olvidado, lo consiguieron. Alcanzaron su ansiada unidad de España. Una unidad que arrastró consigo varias décadas de dictadura. De exilio. De desapariciones. De privación de libertades. Por amor a su patria no le impusieron límite al coste de su demanda. Y por si alguno de nosotros tampoco recuerda cómo lo hicieron, la respuesta es simple y no cuesta esfuerzo imaginarla.
Por Fidel Martínez
(Sevilla, 1979) Ilustrador y autor de historietas
Licenciado en Bellas Artes, autor de los libros Sarajevo Pain (Norma editorial, 2020), Fuga de la muerte (De Ponent, 2016) y coautor ,junto a Jorge García, de Cuerda de presas (Astiberri, 2005)
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