01 Dic A private war: vida y muerte de una corresponsal de guerra
Marie Colvin, una vida entregada a la labor periodística
El corresponsal de guerra posee todos los ingredientes para convertirse en un héroe romántico. Es desinteresado, idealista, temerario, no duda en exponerse a cualquier peligro para defender aquello en lo que cree y, en cierta medida, parece estar tocado por la locura. Por supuesto, la realidad es más insatisfactoria, ya que tras este afán desenfrenado por denunciar toda la injusticia que corroe a nuestro mundo, se esconde una atracción malsana por el riesgo y la adrenalina.
Marie Colvin, corresponsal para “The Sunday Times” que falleció trágicamente en el año 2012 mientras cubría los constantes ataques del ejército de al-Ásad sobre la ciudad de Homs durante la reciente Guerra civil en Siria, responde a este prototipo. En el momento de su fallecimiento, Marie ya llevaba cerca de tres décadas en la profesión, informando desde las páginas del diario británico al que se mantuvo leal durante toda su carrera, sobre varios de los conflictos bélicos más importantes de los últimos tiempos: Sierra Leona, kosovo, Chechenia, Irak, etc. Y siempre, en cada uno de ellos, demostró el mismo nivel de arrojo y compromiso con su profesión. Actitud y aptitudes que le reportarían varios galardones, algunos de ellos de gran importancia, como el premio a la Valentía en el Periodismo, que recibió en dos ocasiones. Como consecuencia a tamaña implicación, en el año 2001 perdió el ojo izquierdo en Sri Lanka a causa de la metralla, cuando un ataque inesperado de las fuerzas militares gubernamentales la sorprendió en pleno ejercicio de su labor periodística. A partir de entonces y para ocultar las secuelas padecidas, cubriría esa parte de su rostro con un parche negro que se convertiría en rasgo distintivo de su imagen pública. Sería parte del precio que habría de pagar por mirar a la muerte cara a cara.
Siempre al lado de las víctimas
Como solía afirmar el reputado y mitificado Ryszard Kapuscinski, para ser periodista hay que ser buena persona. Y Marie lo era porque nunca perdió de vista, pese a su ceguera parcial, sus prioridades periodísticas. Sin importar los intereses políticos o mediáticos ella tenía claro su objetivo, que no era otro que nunca cerrar los ojos ante la desgracia humana, y posicionarse en todo momento del lado de las víctimas. O lo que los actuales gobiernos denominarían, en términos puramente cuantitativos, el coste humano. Pero vivir bajo este condicionamiento constante termina pasando factura a cualquier espíritu, por curtido, inquebrantable o valeroso que sea.
Un biopic sobre sus últimos años como corresponsal
Esto es lo que intenta narrar “A private war”, bajo el título de La Corresponsal en nuestro país, un film estrenado a mediados de este año bajo la dirección de Matthew Heineman y en el que destaco la labor actoral de su protagonista, la ya veterana Rosamund Pike, interpretando con verdadera implicación y convicción a la intrépida reportera. La guerra privada que aquí se cuenta con todos los impedimentos de un metraje reducido y una mirada hasta cierto punto idealizada, es la que la periodista libró contra sí misma y las secuelas resultantes a una exposición prolongada a tan altas dosis de dolor y sufrimiento, que trató de paliar con internamientos psiquiátricos y una adicción patente al alcohol y el tabaco.
Sin duda, una vida como la suya es admirable y fácil de idolatrar, pero muy pocos sabrán alguna vez las cotas de padecimiento que Marie llegó a alcanzar y que se manifestaron en recurrentes pesadillas, insoportables visiones, insomnio y frecuentes ataques de pánico. Muy posiblemente una de esas escasas personas fue el fotógrafo Paul Conroy, compañero inseparable en sus correrías informativas y amigo personal que permaneció a su lado hasta el último momento, pues ambos se encontraban en el mismo lugar cuando la muerte alcanzó a Colvin. Él sabe lo que es vivir atrapado en esa contradicción insuperable que supone convivir con un miedo constante ligado a la imperante necesidad de saber y denunciar el horror del que se ha sido testigo. Marie vivió toda su vida inmersa en ella, pero eso no la hizo desistir en su empeño porque se sabía con un don único, el de lograr que el público anestesiado por la sobreinformación imperante, se sintiese aludido ante su llamamiento.
Odín, el dios nórdico, entregó uno de sus ojos a cambio de la adquisición de conocimiento. Marie perdió el suyo para que ese mismo conocimiento llegase hasta nosotros. No dejemos que su sacrifico sea en balde.
Por Fidel Martínez
(Sevilla, 1979) Ilustrador y autor de historietas
Licenciado en Bellas Artes, autor de los libros Sarajevo Pain (Norma editorial, 2020), Fuga de la muerte (De Ponent, 2016) y coautor ,junto a Jorge García, de Cuerda de presas (Astiberri, 2005)
No Comments